La primera vez que visité El Calafate y el Glaciar Perito Moreno fue en el año 1993. El Calafate todavía era un pueblo pequeño que abría sus puertas en el verano para que viajeros de todo el mundo accedan a las maravillas patagónicas.
Llegar al Glaciar era por un camino de ripio, las pasarelas eran de madera y se podía acampar a la vera del Lago Argentino y ver desde la carpa el imponente Glaciar Perito Moreno. Por las noches sus crujidos te despertaban y uno se imaginaba como las torres de hielo caían sobre el lago.
Durante el día subíamos a las pasarelas a contemplar por horas las catedrales azules mientras escuchábamos idiomas de todo el planeta. Pasaron treinta años de esa primera experiencia y cada vez que lo visito, me asombra y me exalta su belleza como la primera vez.