El aroma embriagante del cacao reina en la familia Guerrero desde siempre, es el mismo que recibe a cada cliente cuando se abre la puerta del pequeño y elegante local e invita a zambullirse en el mundo encantador del chocolate. En el mostrador, un canastito con trocitos de chocolates invita a ser probado.
Cuando Zelmar llegó aquí en la década del ‘60, el turismo era incipiente, las calles de tierra y los 77 km hasta el glaciar Perito Moreno, un suplicio para la mecánica. Sì, hace más de 50 años fundó en la cocina de su casa un sueño: hacer un producto que identifique a El Calafate; hoy sus hijas Anita y Karina dan continuidad a aquel sueño y se convirtieron en la primera chocolatería del pueblo.
Una paila de cobre para derretir el chocolate y con una mesada de mármol para templarlo y un proceso de marketing tan novedoso como el producto fueron el primer motor de este gran proyecto: un día, con la producción lista, armó cajitas y las repartieron, él entre sus compañeros de trabajo y su esposa en la escuela donde era maestra.
A 1968 se remonta la fecha de la Chocolatería Guerrero, hoy ubicada sobre la Avda Libertador 1249, la primera chocolatería de la ciudad que logró mantener la tradición a base de recetas propias perfeccionadas con el tiempo. Desde entonces no pararon: la clave fue mantener la excelencia en la calidad de la materia prima, lo demás fue creatividad y magia culinaria: mezclaron los frutos rojos de la Patagonia para lograr chocolate rosado, incorporaron moldería europea, utilizan aerógrafos y colores para decorar y sobretodo nunca dejaron de crear un vínculo cercano con sus clientes.
Los chocolates son cortados a cuchillo y decorados a mano: los combinan con frutas autóctonas, entre los que se destaca el fruto del calafate, le suman avellanas, almendras y nueces. Las barritas son de chocolate blanco, con leche o amargo y en rama. También los hay con pistacho, caramelo, marroc, dulce de leche, almendras y cereales y todo lo que hará una delicia para el alma del viajero.
