Cuando me preguntan cuál es la mejor época para visitar el glaciar yo digo “la que quieras”; en verano los días son larguísimos y la luz infinita, en otoño el celeste del cielo y el hielo realzan el ocre de los bosques de alrededor, en primavera las flores se agigantan para decorar el camino; en invierno… nunca fui en invierno; como sea, la magia está en la naturaleza misma.
Lo que no puede faltar cuando uno visita al glaciar es paciencia, la primera impresión es querer verlo todo de una vez, tragarse con los ojos la grandeza del paisaje pero a poco de acercarse uno entiende que eso será imposible, que es el paisaje el que te absorbe.
Lo mejor es caminar y respirar, lento, tranquilo, dejando que el aire que recorre desde las montañas todo el hielo te roce la cara, que la tenacidad de las hojas del bosque te haga sombra y te oculte y descubra a cada paso el hielo; resulta que es más grande, mucho más de lo que es posible imaginar antes de llegar y aún así parece siempre estar jugando a esconderse.
Y sí, si ya conseguimos paciencia; siempre recomiendo a los visitantes ir vestidos en capas porque puede hacer frío o calor o ambas cosas; agua, algo para comer y compañía de esa a la que gusta conversar y también estar en silencio; ah! También levantar la vista, podrían ver cóndores!